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Agricultura en Bolivia
Este artículo se basa en gran medida o totalmente en una sola fuente. La discusión pertinente puede encontrarse en la página de discusión. Por favor, ayude a mejorar este artículo introduciendo citas a fuentes adicionales.Buscar fuentes: “La agricultura en Bolivia” – noticias – periódicos – libros – académicos – JSTOR (enero de 2009)
El papel de la agricultura en la economía boliviana a finales de la década de 1980 se amplió a medida que el colapso de la industria del estaño obligó al país a diversificar su base productiva y de exportación. En 1987, la producción agrícola representaba aproximadamente el 23% del PIB, en comparación con el 30% de 1960 y un mínimo de poco menos del 17% en 1979[1]. La recesión de los años ochenta, junto con las condiciones climáticas desfavorables, en particular las sequías y las inundaciones, obstaculizaron la producción[1] La agricultura empleaba alrededor del 46% de la mano de obra del país en 1987. La mayor parte de la producción, con la excepción de la coca, se centró en el mercado interno y en el autoabastecimiento de alimentos[1]. Las exportaciones agrícolas representaban sólo alrededor del 15% del total de las exportaciones a finales de la década de 1980, dependiendo de las condiciones climáticas y de los precios de los productos agrícolas, los hidrocarburos y los minerales[1].
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El papel de la agricultura en la economía boliviana a finales de la década de 1980 se amplió a medida que el colapso de la industria del estaño obligó al país a diversificar su base productiva y de exportación. En 1987, la producción agrícola representaba aproximadamente el 23% del PIB, en comparación con el 30% de 1960 y un mínimo de poco menos del 17% en 1979[1]. La recesión de los años ochenta, junto con las condiciones climáticas desfavorables, en particular las sequías y las inundaciones, obstaculizaron la producción[1] La agricultura empleaba alrededor del 46% de la mano de obra del país en 1987. La mayor parte de la producción, con la excepción de la coca, se centró en el mercado interno y en el autoabastecimiento de alimentos[1]. Las exportaciones agrícolas representaban sólo alrededor del 15% del total de las exportaciones a finales de la década de 1980, dependiendo de las condiciones climáticas y de los precios de los productos agrícolas, los hidrocarburos y los minerales[1].
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Nuestra casa tiene un proyecto autosostenible, que incluye: Establo de vacas lecheras, piscicultura, cultivo de hortalizas y capacitación para el procesamiento de la leche. Este proyecto beneficia a más de 100 niños y permite que nuestros niños tengan acceso a una alimentación sana y segura. Estamos agradecidos por tener un área de expansión donde los niños pequeños aprenden a cultivar sus propios productos proporcionando el consumo interno de: yuca, maíz, plátano, papaya, cítricos y otras frutas y verduras.
“La filosofía del padre Wasson es el motor que impulsa nuestro trabajo. Su filosofía nos dice que debemos llevar el Evangelio a la vida. El padre Wasson entendió muy bien que es el trabajo diario al que estamos llamados”.
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La pérdida de hábitat y la persecución por parte de los seres humanos son las principales causas del rápido descenso de las poblaciones de grandes carnívoros en todo el mundo (Ripple et al., 2014), cuya persistencia a largo plazo depende cada vez más de su supervivencia en los paisajes compartidos con las personas (Carter y Linnell, 2016; Glikman et al., 2019). Los conflictos en torno a la conservación están aumentando en muchas zonas, y los grandes carnívoros son especialmente vulnerables, a menudo debido a la depredación del ganado y, en ocasiones, a los ataques a las personas (Inskip y Zimmermann, 2009). Dado que los grandes depredadores desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de la biodiversidad, las disminuciones de población debidas a los seres humanos pueden tener amplios efectos en los ecosistemas (Terborgh et al., 2002; Treves y Karanth, 2003; García-Alaniz et al., 2010).
Son muchos los factores que influyen en las interacciones entre humanos y carnívoros. Por ejemplo, las percepciones y el comportamiento hacia la vida silvestre pueden diferir con el estatus demográfico y socioeconómico, incluyendo la edad, el género y el lugar de residencia (Kellert et al., 1996) y con el grupo cultural (Liu et al., 2011; Harvey et al., 2017). Las experiencias también pueden afectar a las relaciones entre los seres humanos y la vida silvestre. En particular, Marchini y Macdonald (2012) encontraron que las experiencias con los jaguares, como la depredación o los ataques a los humanos, predijeron la intención de matar a la especie en las comunidades ganaderas de Brasil. Además, Carvalho (2019) relacionó la caza de jaguares con el nivel de educación, las percepciones de riesgo respecto a las sanciones de dicha caza y la percepción del gran carnívoro como una amenaza para la seguridad humana.